Sebastián Álvarez Grandi: pasión por la psiquiatría y por la vida

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Sebastián Álvarez Grandi estudió psiquiatría en Tucumán, Argentina, en un Hospital Psiquiátrico que ahora, salvo por el hecho de que tenía luz eléctrica, sería considerado del Siglo XIX, un asilo a la vieja usanza, en donde los llamados síntomas negativos no sólo podían observarse en los pacientes que transitaban sus pasillos, sino también en sus empleados y en los decrépitos edificios que lo componían. Soñaba con irse de allí. Por fortuna, logró un traslado a Buenos Aires para terminar su último año de residente entre un excelente Hospital Público (Hospital de Clínicas) y una renombrada Clínica Privada (Instituto de Psiquiatría Biológica Integral).

Así iniciaría el viaje que emprendería como psiquiatra pero que empezó en realidad desde mucho tiempo antes, exactamente a los cinco años, edad en la que supo de golpe que quería ser médico. El trayecto a la carrera fue largo y ya montado en sus estudios le atrajeron varias especialidades. Al concluir en 1999 la especialidad, Sebastián se inclinó por la obstetricia, especialidad en la que ya había trabajado en guardias de Maternidad haciendo partos y ayudando a mamás a transitar por los mismos. Le absorbía la llamada “Salud Fetal” y le apasionaba saber lo que sucedía en ese ser dentro de otro ser, sus posibles enfermedades, y en llevarlos, en lo posible, a nacer de manera saludable.

Gracias a este interés,  obtuvo una plaza como residente de tocoginecología en un importante hospital de Tucumán a unos pocos meses de terminar su carrera universitaria, lugar donde trabajó durante casi dos años, llegando a consumar más de 600 partos y 100 cesáreas. Cuenta Álvarez Grandi que el trabajo era incesante y muchas veces extenuante, pero que no obstante le apasionaba realmente y reconocía en él habilidades quirúrgicas. Sin embargo, en en un momento tuvo la convicción de que eso no era para él, y tarde o temprano debería dejarlo. Fue entonces que la psiquiatría, que nunca había dejado de rondarle la cabeza, se impuso en su destino.

Así es como un día, de forma súbita y sin previo aviso, al llegar a su trabajo en el Hospital de Maternidad decidió hacerse un regalo y le dijo a su jefe: “lo siento pero me voy, mañana te traigo la carta de renuncia, esto no es para mí”. Lo dijo así porque, después de todo, ese día era literalmente su cumpleaños.

En un abrir y cerrar de ojos, Sebastián se encontró ejerciendo como psiquiatra.

Desde ese momento,  tuvo la certeza de que, en lo más recóndito de nosotros mismos, no sabemos cómo se resuelven las elecciones en nuestras vidas, y la psiquiatría como profesión fue una de ellas. Desconocía porqué quería convertirse en psiquiatra, y no hizo sino dejarse llevar por esa pasión con el mismo ímpetu con que uno se entrega a la fatalidad. Para mayo de 2004 ya había terminado la especialidad y se había convertido en un psiquiatra con todas las letras que esta profesión conllevaba.

Luego de más de quince años de ejercerla, ahora puede decir, sin titubeos, que no podría haber elegido mejor especialidad y no podría verse como otra cosa que no fuese un profesional de la salud mental, de eso no le cabe ninguna duda.

Para junio de ese mismo año, pasadas unas tres semanas, se encontraba en Barcelona, trabajando en el Hospital Clínico y realizando un posgrado en Trastornos Bipolares, además de iniciar con sus estudios doctorales.

Después de ocho felices años en Barcelona, trabajando en Sant Joan de Deu junto a un puñado de los mejores psiquiatras que jamás haya visto, la situación se tornó difícil en el país, y en 2010 decidió, junto con su familia, emigrar a un “país de habla inglesa”. Para ese fin, realizó una corta experiencia “ad honorem” en Christchurch justo a caballo entre los dos terremotos que sacudieron aquella tranquila ciudad. Luego vivió un par de meses en Irlanda preparándose para superar los exigentes exámenes de inglés requeridos por el gobierno neozelandés para ejercer la profesión médica, y finalmente se radicaron todos juntos en octubre de 2011 en su nueva patria: Aotearoa.

Sebastián reconoce que para un latino, criado en Argentina, y con experiencia en Europa, emigrar a Nueva Zelanda es todo menos una tarea fácil.

Los infranqueables obstáculos migratorios, los vastos abismos culturales, dejar atrás toda una vida, el frío invierno climático y cultural, la sensación de vulnerabilidad y los infrecuentes  pero a veces inocultables actos de xenofobia hacia quienes “tenemos un acento un poco fuerte” por parte de algunos locales, fueron tal vez, insiste Sebastián,  una cima que a veces costó mucho escalar.

Pero una vez instalados en Christchurch, y tras unos años como psiquiatra del Hillmorton Hospital y con un apoyo invaluable de sus compañeros, resolvió una posible vuelta a Barcelona. Por tal motivo, trabajó en varios Hospitales del país, tratando de preparar lo que en aquella época era la ansiada vuelta a Barcelona. Así es como trabajó en los Hospitales de Dunedin, Christchurch, Timaru, Greymouth, Gisborne, West Auckland, North Shore Hospital de Auckland y Wellington. Hacer suplencias le ofrecía mucha más solidez económica que estar de psiquiatra permanente, y esto lo ayudaría a cristalizar su nueva diáspora.

Pero como uno pone y Dios dispone, Sebastián y su familia obtuvieron orgullosamente la ciudadanía neozelandesa y entonces decidieron cambiar de planes y radicarse definitivamente en el país.

Entonces aceptó una plaza permanente como “consultant psychiatrist” en el Greenlane Clinical Centre del Auckland Hospital y como docente en la Universidad de Auckland, donde radica ahora.

En la actualidad trabaja en el ámbito comunitario como psiquiatría de adultos, en los llamados trastornos mentales severos, principalmente en esquizofrenia y trastorno bipolar. Está, además,  interesado en la terapia electroconvulsiva, una técnica que, según así lo refiere este ahora psiquiatra argentino-neozelandés, lamentablemente tiene una muy injusta e infausta mala fama, por su pasado disruptivo, pero que en la actualidad ayuda a cientos de pacientes con las técnicas modernas y seguras. Precisamente sobre este tema es que escribió su tesis doctoral, recientemente obtenida en España.

Asimismo, y de forma extra hospitalaria, ha tenido el honor de ayudar a la Embajada Argentina en la repatriación de argentinos con trastorno mentales en su vuelta al país durante la pandemia de COVID-19 y a sobrevivientes de los ataques terroristas de la comunidad musulmana en Christchurch en 2019. Han sido experiencias que, lo enfatiza,  le aportaron un profundo crecimiento y regocijo en lo profesional y principalmente en lo personal y humano.

También ha tenido la oportunidad de atender a comunidades latinas, principalmente en Wellington, donde hay una gran comunidad de hispanoparlantes que requirieron su ayuda en su lengua natal.

Si bien Nueva Zelanda es un país apacible, y aparentemente exento de los avatares que sufren los países Latinoamericanos y Europeos, como pueden ser las crisis económicas y los elevados costes de la llamada vida moderna y sobrepoblada, para Sebastián este país enfrenta problemas altamente significativos y realmente acuciantes, como las altas tasas de suicidio, principalmente juveniles, y el uso de drogas altamente destructivas como la metanfetamina, el alcohol y la marihuana, que provocan reales estragos y dejan profundas heridas en la salud mental de quienes las usan. Sebastián considera que Nueva Zelanda, a pesar de invertir cuantiosamente en salud mental, debería focalizar más sus esfuerzos de una manera más eficaz en controlar y educar en el uso de sustancias y en trabajar con los jóvenes para evitar la falta de objetivos y mejorar la visión de futuro, desde las escuelas, principalmente en aquellos aún en etapa formativa.

Fuera del ámbito profesional, Sebastián tiene múltiples pasiones, él mismo cree que demasiadas. La música forma una parte importante de su vida, toca varios instrumentos, escucha música de forma consuetudinaria, y cuando no lo hace, siempre una canción está revoloteando por su cabeza. Le gusta la fotografía y el arte, la historia, la filosofía, la astronomía, la antropología y la genética, las ciencias naturales en general y la política. Siempre está leyendo dos o tres libros a la vez, afirma.

Jamás se siente aburrido, pues su mente navega entre las constantes mareas de pensamientos y las eventuales epifanías.

Como viajero descabellado, otra de sus pasiones, es un curioso empedernido de las culturas y las lenguas (ha aprendido a leer incluso en hindi y en cirílico sin saber las lenguas), y un viajero descabellado. Ya ha tenido la oportunidad de visitar los cinco continentes y cerca de 60 países.

En la India, con Shiva.

Es, por si fuera poco, un corredor nato, y muchas veces siente que sus piernas le piden correr más que caminar. Ha corrido múltiples carreras de media distancia y larga distancia, y ahora está aprendiendo, muy de a poco, a pilotear planeadores.

Lejos de ser Nueva Zelanda su último destino profesional, está realizando los trámites de certificación profesional para poder trabajar en Australia y en algunos países de Asia. Lleva varios años impulsando un proyecto personal para poder trabajar para una organización internacional (MSF) en países con desastres naturales y guerras, en tratamiento de trauma con una técnica llamada EMDR.

No conforme con todo lo anterior, Sebastián todavía se da el tiempo para continuar con la escritura de un libro que compile sus experiencias como psiquiatra transcultural y los aprendizajes a los que se ha visto expuesto inocentemente.

En diez años, pues, se ve trabajando en varios países, tal vez de vuelta temporalmente en Europa o quizá ya de vuelta en Nueva Zelanda, después de haber logrado todos estos sueños, aún pendientes.

Pero, obviamente, su mayor objetivo, en diez años, es otro. En diez años quiere ver a sus hijos felices y realizados. Eso realmente, afirma, lo llenaría de felicidad. Esa sería realmente la plenitud de su vida.

Sebastián Álvarez Grandi y su familia.

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